
Por doquiera va uno, hay un terrible desorden y mucho sufrimiento, no sólo materialmente, sino también en lo interno; y hay interminable confusión. Y me parece que, en vez de enfrentar el sufrimiento y la confusión, tratamos de escapar de todo eso, ya sea a la Luna, o hacia las diversiones, o en varias formas de ilusiones. Pero sea lo que fuere que hagamos, subsiste la continuidad del sufrimiento y la confusión; y para trascender todo eso se necesita una mente nueva, fresca.
Quisiera pues continuar desde el punto en que quedamos, y considerar si es acaso posible vivir en este mundo sin conflicto. Porque me parece que una mente ocupada con el conflicto es una mente entorpecida, mediocre. Todos estamos en conflicto de una u otra clase, en diversos niveles, en distintas formas. Y, o bien lo aguantamos, o escapamos de él con demasiada facilidad en las diversiones, las reformas sociales y todo lo que ofrecen las iglesias y religiones con sus ritos, sus extrañas palabras, sus creencias y dogmas, que son románticas formas de consuelo. Y, a medida que envejecemos y los escapes se hacen más y más habituales, constantes, la mente se hace más torpe, pesada, estúpida. Creo que esto es un hecho para la mayoría de nosotros. Puede haber unos pocos momentos en que, a pesar de toda esta desdicha del conflicto, haya un claro en las nubes y vea uno algo con mucha claridad, y tenga un sentimiento de quietud, de profundidad; pero eso ocurre muy raramente.
Creo que deberíamos inquirir profundamente en este asunto, y ésta es una ardua tarea. No es precisamente cuestión de discutir unas pocas ideas, sino que más bien significa penetrar muy profundamente en nosotros mismos, ver si es posible desarraigar el conflicto, de cualquier clase que sea. Requiere una mente viva, aguda, una mente que no se deje atrapar en una red de palabras. Creo que somos propensos a escuchar, sólo para oír ciertas palabras, frases e ideas, cosa que no es más que rasguñar la superficie. Y probablemente es por esto que venimos a todas estas pláticas, año tras año, y por lo que todo ello se vuelve al fin un poco estúpido, porque nos limitamos a jugar con las ideas, sin entrar jamás hondamente en la cuestión por nosotros mismos y desarraigar de hecho el conflicto.
Creo, pues, que debemos concretarnos esta mañana a ver si es realmente posible ?no teórica o verbalmente, sino en realidad- comprender la naturaleza del conflicto y acaso salir de él renovados, frescos, jóvenes e inocentes. Una mente inocente nunca está en conflicto; está en estado de acción. Una mente en acción, moviéndose, renovándose todo el tiempo, jamás puede estar en conflicto. Es sólo la mente que tiene contradicciones dentro de sí la que está perpetuamente luchando. Os ruego que, mientras hablo, no escuchéis solamente las palabras, porque en sí mismas las palabras sólo tienen un sentido muy común. Y estoy seguro que si miráis en vosotros mismos hallaréis muchas contradicciones. Así pues, os ruego que lo sigáis realmente, experimentando de hecho a medida que avanzamos, y entonces quizá al terminar esta discusión tendréis un sentimiento de claridad, un sentimiento de libertad con respecto a esta espantosa carga del conflicto.
Desde la infancia hemos aceptado el conflicto. En nuestra educación, todas las escuelas por todo el mundo crean el terreno del conflicto, y hay constante esfuerzo para competir con otros que son mucho más astutos que nosotros. Y a medida que envejecemos, seguimos el ejemplo, el líder, la autoridad, el ideal; y entonces surge esta separación entre lo que debería ser y lo que de hecho es, y en consecuencia hay contradicción. Existe no sólo el conflicto exterior, mundano, la competencia, los ideales, la ambición de lograr, el perpetuo estímulo de la sociedad moderna para volvernos más hábiles, más admirables; no sólo la imitación del vecino, sino también la imitación de Jesús, de Dios; no sólo la imitación de la moda sino también de la virtud. Todo esto termina en la guerra exterior entre la gente, las razas, las naciones y los hombres de Estado. Y si uno rechaza todo eso como demasiado estúpido, entonces se vuelve hacia dentro, y aquí también está el problema de lograr paz, quietud, dicha, Dios, el amor, el cielo; la búsqueda interna es una reacción contra la externa, y por lo tanto sigue siendo el mismo movimiento. Es como la marea que va y vuelve. Estos con obvios hechos psicológicos; y si uno se da cuenta de todo eso, entonces no hay nada que argumentar a su respecto; es así. Podéis disputar sobre si es posible trascender todo esto; pero el hecho real es que hay conflicto interior y exterior, y que él engendra un asombroso sentido de brutalidad, una eficiencia que conduce a la crueldad. El movimiento externo puede producir cierto progreso, prosperidad, pero se puede ver lo que está pasando en el mundo: donde hay gran prosperidad hay cada vez menos libertad. Puede uno observarlo en América muy claramente: cómo hay esta gran prosperidad, y cómo va gradualmente desapareciendo el sentido de exploración, de libertad. Interiormente también, cuanto mayor es la intensidad del conflicto, tanto mayor es el impulso a la actividad; y por eso tenéis a los benefactores, a la gente que anda por ahí reformando, a las personas llamadas santas y a los intelectuales que están siempre escribiendo libros, etc. Cuanto mayor es la tensión en el conflicto, tanto más ella busca expresión mediante la capacidad.
Todos sabemos esto, todos sentimos la presión en diferentes direcciones. Conocemos el estímulo de la ambición, y donde hay ambición no hay amor en forma alguna, no hay quietud, no hay simpatía, compasión, ni afecto. Y la evasión del conflicto, tanto si el conflicto es entre dos personas como entre las naciones, y tanto si el camino de la evasión es Dios, la bebida, el nacionalismo o la propia cuenta bancaria, conduce cada vez más profundamente a un ilusorio sentido de seguridad. Nuestras mentes viven en mitos, en ideas especulativas.
De modo pues que el conflicto aumenta, y de ese estado proviene la acción, y esa acción engendra nueva contradicción. Y así estamos atrapados en esta rueda de la lucha. No hago más que poner en palabras lo que sucede en realidad. Esta es la suerte de todos. Podemos ver por nosotros mismos que la mente está siempre tratando de escapar mediante la represión, la disciplina por la que abogan los santos de todo el mundo y que realmente sólo equivale a poner la tapa sobre todas las cosas. Y si no es a la disciplina que escapamos, es a alguna forma de actividad: la reforma social, la reforma política, seguir cursos, promover la fraternidad, ya sabéis de toda esta actividad, agitación, del impulso a hacer algo con respecto a algo.
Así pues, todo lo que sabemos es que nuestra acción engendra más miseria, más desviaciones, más ilusión y sufrimiento interior y exteriormente. Toda relación, que empieza siendo tan fresca, tan nueva, degenera en algo feo, torpe o venenoso. Todos debemos habernos dado cuenta de este dual proceso de amor y odio. Y nuestra perpetua plegaria es que podamos taparlo todo; y los dioses responden, desgraciadamente, porque las evasiones están ahí, a nuestro alcance.
Ese es el cuadro: el cuadro de una idea, de un ideal y la acción resultante hacia esa idea. La mente crea la idea y luego trata de actuar aproximándose a esa idea. Por eso hay una separación, y estamos siempre tratando de construir un puente sobre esa brecha. Pero nunca lo conseguimos, porque la idea es estable, la hemos creado firmemente, la hemos fijado; pero la acción tiene que ser variada, cambiante, en constante movimiento, por las exigencias de la vida. Y así siempre hay conflicto.
Y aunque nos demos cuenta de todas estas tremendas tensiones, de estas desquiciadoras exigencias, nunca nos hemos preguntado si es posible vivir en este mundo sin conflicto. ¿Es posible? Creo que sólo es creativa la mente que no tiene un sólo movimiento de conflicto. No me refiero a la creatividad de los poetas, los pintores, los arquitectos, etc. Pueden ellos tener ciertos dones, cierta capacidad; ocasionalmente pueden ver un destello de algo y expresarlo en el mármol, escribir un poema o diseñar un edificio; mas no son verdaderamente creadores, porque siguen en guerra dentro de sí mismos y con el mundo; los arrastran sus ambiciones, sus celos, sus odios y aversiones, como al resto de nosotros. Mientras que, para encontrar a Dios o como queráis llamarlo, para hallar, para descubrir realmente si existe tal cosa, la mente ha de estar del todo libre de conflicto. Todo esto requiere enorme trabajo; y tal vez algunos de nosotros, los más viejos, estemos ya acabados, agotados. Podemos estarlo, o no estarlo.
No sé si habéis visto las pinturas en las cuevas de la Dordoña, de diecisiete mil años de antigüedad. Los colores son muy vivos, porque ni el viento ni la lluvia, entran allí nunca. Pintan al hombre luchando con animales, caballos, toros con bellos cuernos; y están llenos de un extraordinario movimiento. Pero la lucha es la misma.
La cuestión es, pues: ¿qué vamos a hacer con respecto a todo esto? Y tenéis que responder a esta pregunta porque sois vosotros los que sufrís, los que estáis en conflicto. No podéis poneros cómodos y esperar a que responda algún otro. Y esto no tiene realmente nada que ver con la edad, como sabéis; no es cuestión de si sois viejos o jóvenes.
Para presentar el problema de otro modo: vivir es actuar. No podéis vivir sin acción. Todo gesto, toda idea, toda onda de pensamiento, es acción; y toda acción hace surgir una reacción, y de esa reacción viene más acción. De modo que toda nuestra acción es reacción; y estamos atrapados en esto. Ahora bien, ¿es posible vivir con una extraordinaria abundancia de acción que no tenga raíz alguna en el conflicto? Esa es la cuestión, y espero que la estaré exponiendo claramente
Del libro "El estado creativo de la mente"
Quisiera pues continuar desde el punto en que quedamos, y considerar si es acaso posible vivir en este mundo sin conflicto. Porque me parece que una mente ocupada con el conflicto es una mente entorpecida, mediocre. Todos estamos en conflicto de una u otra clase, en diversos niveles, en distintas formas. Y, o bien lo aguantamos, o escapamos de él con demasiada facilidad en las diversiones, las reformas sociales y todo lo que ofrecen las iglesias y religiones con sus ritos, sus extrañas palabras, sus creencias y dogmas, que son románticas formas de consuelo. Y, a medida que envejecemos y los escapes se hacen más y más habituales, constantes, la mente se hace más torpe, pesada, estúpida. Creo que esto es un hecho para la mayoría de nosotros. Puede haber unos pocos momentos en que, a pesar de toda esta desdicha del conflicto, haya un claro en las nubes y vea uno algo con mucha claridad, y tenga un sentimiento de quietud, de profundidad; pero eso ocurre muy raramente.
Creo que deberíamos inquirir profundamente en este asunto, y ésta es una ardua tarea. No es precisamente cuestión de discutir unas pocas ideas, sino que más bien significa penetrar muy profundamente en nosotros mismos, ver si es posible desarraigar el conflicto, de cualquier clase que sea. Requiere una mente viva, aguda, una mente que no se deje atrapar en una red de palabras. Creo que somos propensos a escuchar, sólo para oír ciertas palabras, frases e ideas, cosa que no es más que rasguñar la superficie. Y probablemente es por esto que venimos a todas estas pláticas, año tras año, y por lo que todo ello se vuelve al fin un poco estúpido, porque nos limitamos a jugar con las ideas, sin entrar jamás hondamente en la cuestión por nosotros mismos y desarraigar de hecho el conflicto.
Creo, pues, que debemos concretarnos esta mañana a ver si es realmente posible ?no teórica o verbalmente, sino en realidad- comprender la naturaleza del conflicto y acaso salir de él renovados, frescos, jóvenes e inocentes. Una mente inocente nunca está en conflicto; está en estado de acción. Una mente en acción, moviéndose, renovándose todo el tiempo, jamás puede estar en conflicto. Es sólo la mente que tiene contradicciones dentro de sí la que está perpetuamente luchando. Os ruego que, mientras hablo, no escuchéis solamente las palabras, porque en sí mismas las palabras sólo tienen un sentido muy común. Y estoy seguro que si miráis en vosotros mismos hallaréis muchas contradicciones. Así pues, os ruego que lo sigáis realmente, experimentando de hecho a medida que avanzamos, y entonces quizá al terminar esta discusión tendréis un sentimiento de claridad, un sentimiento de libertad con respecto a esta espantosa carga del conflicto.
Desde la infancia hemos aceptado el conflicto. En nuestra educación, todas las escuelas por todo el mundo crean el terreno del conflicto, y hay constante esfuerzo para competir con otros que son mucho más astutos que nosotros. Y a medida que envejecemos, seguimos el ejemplo, el líder, la autoridad, el ideal; y entonces surge esta separación entre lo que debería ser y lo que de hecho es, y en consecuencia hay contradicción. Existe no sólo el conflicto exterior, mundano, la competencia, los ideales, la ambición de lograr, el perpetuo estímulo de la sociedad moderna para volvernos más hábiles, más admirables; no sólo la imitación del vecino, sino también la imitación de Jesús, de Dios; no sólo la imitación de la moda sino también de la virtud. Todo esto termina en la guerra exterior entre la gente, las razas, las naciones y los hombres de Estado. Y si uno rechaza todo eso como demasiado estúpido, entonces se vuelve hacia dentro, y aquí también está el problema de lograr paz, quietud, dicha, Dios, el amor, el cielo; la búsqueda interna es una reacción contra la externa, y por lo tanto sigue siendo el mismo movimiento. Es como la marea que va y vuelve. Estos con obvios hechos psicológicos; y si uno se da cuenta de todo eso, entonces no hay nada que argumentar a su respecto; es así. Podéis disputar sobre si es posible trascender todo esto; pero el hecho real es que hay conflicto interior y exterior, y que él engendra un asombroso sentido de brutalidad, una eficiencia que conduce a la crueldad. El movimiento externo puede producir cierto progreso, prosperidad, pero se puede ver lo que está pasando en el mundo: donde hay gran prosperidad hay cada vez menos libertad. Puede uno observarlo en América muy claramente: cómo hay esta gran prosperidad, y cómo va gradualmente desapareciendo el sentido de exploración, de libertad. Interiormente también, cuanto mayor es la intensidad del conflicto, tanto mayor es el impulso a la actividad; y por eso tenéis a los benefactores, a la gente que anda por ahí reformando, a las personas llamadas santas y a los intelectuales que están siempre escribiendo libros, etc. Cuanto mayor es la tensión en el conflicto, tanto más ella busca expresión mediante la capacidad.
Todos sabemos esto, todos sentimos la presión en diferentes direcciones. Conocemos el estímulo de la ambición, y donde hay ambición no hay amor en forma alguna, no hay quietud, no hay simpatía, compasión, ni afecto. Y la evasión del conflicto, tanto si el conflicto es entre dos personas como entre las naciones, y tanto si el camino de la evasión es Dios, la bebida, el nacionalismo o la propia cuenta bancaria, conduce cada vez más profundamente a un ilusorio sentido de seguridad. Nuestras mentes viven en mitos, en ideas especulativas.
De modo pues que el conflicto aumenta, y de ese estado proviene la acción, y esa acción engendra nueva contradicción. Y así estamos atrapados en esta rueda de la lucha. No hago más que poner en palabras lo que sucede en realidad. Esta es la suerte de todos. Podemos ver por nosotros mismos que la mente está siempre tratando de escapar mediante la represión, la disciplina por la que abogan los santos de todo el mundo y que realmente sólo equivale a poner la tapa sobre todas las cosas. Y si no es a la disciplina que escapamos, es a alguna forma de actividad: la reforma social, la reforma política, seguir cursos, promover la fraternidad, ya sabéis de toda esta actividad, agitación, del impulso a hacer algo con respecto a algo.
Así pues, todo lo que sabemos es que nuestra acción engendra más miseria, más desviaciones, más ilusión y sufrimiento interior y exteriormente. Toda relación, que empieza siendo tan fresca, tan nueva, degenera en algo feo, torpe o venenoso. Todos debemos habernos dado cuenta de este dual proceso de amor y odio. Y nuestra perpetua plegaria es que podamos taparlo todo; y los dioses responden, desgraciadamente, porque las evasiones están ahí, a nuestro alcance.
Ese es el cuadro: el cuadro de una idea, de un ideal y la acción resultante hacia esa idea. La mente crea la idea y luego trata de actuar aproximándose a esa idea. Por eso hay una separación, y estamos siempre tratando de construir un puente sobre esa brecha. Pero nunca lo conseguimos, porque la idea es estable, la hemos creado firmemente, la hemos fijado; pero la acción tiene que ser variada, cambiante, en constante movimiento, por las exigencias de la vida. Y así siempre hay conflicto.
Y aunque nos demos cuenta de todas estas tremendas tensiones, de estas desquiciadoras exigencias, nunca nos hemos preguntado si es posible vivir en este mundo sin conflicto. ¿Es posible? Creo que sólo es creativa la mente que no tiene un sólo movimiento de conflicto. No me refiero a la creatividad de los poetas, los pintores, los arquitectos, etc. Pueden ellos tener ciertos dones, cierta capacidad; ocasionalmente pueden ver un destello de algo y expresarlo en el mármol, escribir un poema o diseñar un edificio; mas no son verdaderamente creadores, porque siguen en guerra dentro de sí mismos y con el mundo; los arrastran sus ambiciones, sus celos, sus odios y aversiones, como al resto de nosotros. Mientras que, para encontrar a Dios o como queráis llamarlo, para hallar, para descubrir realmente si existe tal cosa, la mente ha de estar del todo libre de conflicto. Todo esto requiere enorme trabajo; y tal vez algunos de nosotros, los más viejos, estemos ya acabados, agotados. Podemos estarlo, o no estarlo.
No sé si habéis visto las pinturas en las cuevas de la Dordoña, de diecisiete mil años de antigüedad. Los colores son muy vivos, porque ni el viento ni la lluvia, entran allí nunca. Pintan al hombre luchando con animales, caballos, toros con bellos cuernos; y están llenos de un extraordinario movimiento. Pero la lucha es la misma.
La cuestión es, pues: ¿qué vamos a hacer con respecto a todo esto? Y tenéis que responder a esta pregunta porque sois vosotros los que sufrís, los que estáis en conflicto. No podéis poneros cómodos y esperar a que responda algún otro. Y esto no tiene realmente nada que ver con la edad, como sabéis; no es cuestión de si sois viejos o jóvenes.
Para presentar el problema de otro modo: vivir es actuar. No podéis vivir sin acción. Todo gesto, toda idea, toda onda de pensamiento, es acción; y toda acción hace surgir una reacción, y de esa reacción viene más acción. De modo que toda nuestra acción es reacción; y estamos atrapados en esto. Ahora bien, ¿es posible vivir con una extraordinaria abundancia de acción que no tenga raíz alguna en el conflicto? Esa es la cuestión, y espero que la estaré exponiendo claramente
Del libro "El estado creativo de la mente"
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