La felicidad que no es de la mente


Podemos movernos de un refinamiento a otro, de una sutileza a otra, de un disfrute a otro; pero en el centro de ello está el "yo", el "yo" que disfruta, que desea más felicidad, el "yo" que escudriña, que busca, que anhela la felicidad, el "yo" que lucha, el "yo" que se torna más y más refinado, pero al que jamás le agrada llegar a su fin. Sólo cuando el "yo" en todas sus formas sutiles llega a su fin, hay un estado de bienaventuranza que no es posible tratar de adquirir, un éxtasis, un verdadero júbilo libre de todo sufrimiento, de toda corrupción [...].

Cuando la mente trasciende el pensamiento del "yo", del experimentador, del observador, del pensador, puede haber, entonces, una felicidad incorruptible. Tal felicidad no puede ser permanente ?en el sentido con que usamos esa palabra-. Pero nuestra mente está siempre buscando una felicidad que tenga permanencia, algo que perdure, que continúe. El deseo mismo de continuidad es corrupción [...].

Si podemos comprender el proceso de la vida, comprenderlo sin condenar, sin decir que es bueno o malo, entonces surge una felicidad creadora que no es "suya" ni "mía". Esa felicidad creadora es como la luz del Sol. Si usted desea conservar la luz del Sol para sí mismo, ése ya no es más el claro, cálido Sol dador de vida. De igual manera, si desea la felicidad porque está sufriendo o porque ha perdido a alguien o porque no ha tenido éxito, entonces eso es tan sólo una reacción. Pero cuando la mente puede ir más allá, hay una felicidad que no pertenece a la mente.

De "El libro de la vida"

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