Nosotros conocemos el amor como sensación, ¿no es así? Cuando decimos que amamos, conocemos los celos, el miedo, la ansiedad. Cuando ustedes dicen que aman a alguien, todo está implicado: envidia, deseo de poseer, de adueñarse, de dominar, temor de perder, etc. Todo esto es lo que llamamos amor, y no conocemos el amor sin miedo, sin envidia, sin posesión; ese estado de amor que no contiene miedo, tan sólo lo verbalizamos, lo llamamos impersonal, puro, divino, o Dios sabe qué más; pero el hecho es que somos celosos, dominadores, posesivos. Conoceremos ese estado de amor sólo cuando lleguen a su fin los celos, la envidia, el afán posesivo, el deseo de dominar; en tanto poseamos, jamás habremos de amar [...].
¿Cuándo pensamos en la persona amada? Pensamos en ella cuando la persona se ha ido, cuando está lejos, cuando nos ha dejado [...]. Así pues, echamos de menos a quien decimos amar, sólo cuando estamos perturbados, cuando sufrimos; mientras poseemos a esa persona no tenemos que pensar en ella, porque en la posesión no hay perturbación alguna [...].
El pensar surge cuando uno está perturbado; y por fuerza estamos perturbados en tanto nuestro pensar es lo que llamamos amor. Por cierto, el amor no es una cosa de la mente; y debido a que las cosas de la mente han llenado nuestros corazones, carecemos de amor. Las cosas de la mente son los celos, la envidia, la ambición, el deseo de ser alguien, de alcanzar el éxito. Estas cosas de la mente llenan nuestros corazones, y entonces decimos que amamos; pero ¿cómo puede uno amar cuando lleva dentro de sí todos estos elementos confusos? Cuando hay humo, ¿cómo es posible que haya una llama pura?
De "EL libro de la vida"
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